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Marisa Pugès

3/11/09

“El contacto corporal en el acompañamiento terapéutico”

Lic. Nora Susana Cavagna




Si bien nos comunicamos todo el tiempo y a menudo sin hablar, probablemente la comunicación no verbal sea responsable de más de lo que sucede entre los seres humanos que el hablar mismo.


"El cuerpo no miente", dice un viejo proverbio y con razón. Precisamente porque representa un código de comunicación privilegiado, el "lenguaje del cuerpo" resulta más revelador que el verbal. Esta concepción se agiganta en el caso de los enfermos mentales, ya que muchos han perdido una parte de la gama total de las expresiones emocionales humanas. Los síntomas descriptos con palabras por el sujeto perturbado se complementan con sus aspectos no verbales y con el "lenguaje de los hechos".


Sin embargo, decimos que el lenguaje del cuerpo no engaña, pero sólo si el observador sabe leerlo y descifrar sus mensajes. ¿De qué manera? Interactuando y sintiendo cómo siente la otra persona, aunque no lo que siente, porque las emociones son algo privado y subjetivo. Así, esto constituye un proceso empático que permite descifrar los estados emocionales del otro y reaccionar frente a ellos en el intercambio afectivo. Por lo tanto, para leer el lenguaje corporal se necesita estar en contacto con el propio cuerpo y ser sensible a su expresión.


Justamente, el acompañante terapéutico es un agente de salud entrenado para realizar básicamente una tarea de contención a pacientes crónicos y agudos; en un nivel vivencial, no interpretativo, y para el cual debe poner el cuerpo y constituir una presencia receptiva, cálida y confiable. Trabaja insertado en un equipo terapéutico interdisciplinario siguiendo las consignas del terapeuta de cabecera. Este enfoque de mínima distancia y gran disponibilidad afectiva favorece una mayor eficiencia terapéutica.


Tocar a un paciente supone mucho más que técnica, ya que al hacerlo la experiencia es inevitablemente mutua.


Los estímulos corporales se pueden definir tanto en función de las "sensaciones" que generan como de las "intenciones" de quien los provoca. Los enfermos mentales suelen tener un grado tal de sensibilidad y percepción, que aprecian sin dificultad la diferencia entre un contacto firme y otro acartonado, o entre uno mecánico y otro lleno de sentimiento y afecto.


Ahora bien, ¿a qué se debe que la estimulación táctil aplicada en forma de contacto, caricias o abrazos ejerza tan extraordinario influjo en los trastornos emocionales? La explicación es que justamente resulta esencial para el crecimiento y desarrollo físico y de la conducta, existiendo una relación directa entre las experiencias táctiles vividas durante la infancia (sólo basta recordar las realizadas por Spitz y Harlow al respecto) y el tacto demostrado en la edad adulta. Por lo tanto el contacto físico es importante para el bienestar emocional y corporal durante toda la vida. La satisfacción de las necesidades cutáneas confiere a toda edad la sensación de seguridad y de que se es apreciado.


Los significados asignados al contacto táctil varían de acuerdo con:


1. La parte del cuerpo tocada (espalda, cabeza, pecho, cara, manos, hombros);


2. El tiempo que dura ese contacto;


3. La fuerza aplicada, por ejemplo una caricia puede causar consquillas, y si se la repite puede convertirse en algo doloroso;


4. La frecuencia del toque;


5. El modo de tocar: abrazar, palmear, sostener, besar, guiar, apoyarse, acariciar y enlazarse.


En el ser humano el tacto se halla repartido por toda la superficie cutánea, pero está especialmente desarrollado en la yema de los dedos y en los labios. Así, el lactante aprehende tanto el mundo que lo rodea como los alimentos que ingiere merced a sus labios, y éstos representan durante los primeros meses la única vía de conocimiento. En virtud de ello, pronto adquiere el hábito de aplicar los labios contra los objetos, y más adelante usa la yema de los dedos y la palma de las manos. Por lo tanto aprende antes a tocar que a ver.


La palabra tacto podría definirse como la acción de tocar con la mano u otra parte del cuerpo, es decir como el acto de sentir ciertas cualidades de un objeto mediante su contacto con la piel. A este respecto conviene hacer hincapié sobre la importancia que reviste el hecho de sentir, ya que si bien el tacto no es en sí un afecto, sus elementos sensoriales provocan alteraciones nerviosas, glandulares, musculares y mentales cuya combinación denominamos "emoción". Basta con tomarle la mano a una persona sometida a una situación angustiosa para reducir considerablemente su ansiedad e instaurar un clima de tranquilidad y mutua confianza.






Pero, el saber cuándo y cómo realizar ese contacto corporal, respetando los tiempos del paciente, su espacio corporal, sus ritmos, la distancia óptima, sus tiempos y el acercamiento apropiados, sin dejar de tener en cuenta el cuadro psicopatológico y el momento en el que se encuentra el enfermo, serán cruciales para que el acompañamiento resulte efectivamente terapéutico.


Al conocer al paciente que deberá ser acompañado terapéuticamente, las primeras impresiones que se registran son reacciones corporales que se tiende a pasar por alto con el tiempo al concentrarse en sus palabras y acciones, sin embargo revisten el valor de lo auténtico y genuino. A pesar de todo, el saludo inicial deja sus huellas. A su vez, el habla es algo más que palabras y frases, ya que comprende la inflexión de la voz, el ritmo y el gesto, el cual añade riqueza al lenguaje y a la expresión. Incluso el silencio también dice cosas sobre esa persona.


Los ojos tienen una doble función: son un órgano de visión, pero también de contacto. Precisamente el contacto ocular es una de las formas más íntimas que pueden establecerse de contacto entre dos personas, y las miradas suelen resultar más poderosas que las palabras. Cuando se encuentran las miradas hay una sensación de contacto físico entre ellas. Su cualidad y valor depende de la expresión de los ojos. Puede ser tan dura y fuerte como una bofetada o tan dulce como una caricia. Mucha gente evita todo contacto ocular porque tiene miedo de que sus ojos puedan ser reveladores. Y otros se turban al permitir que otra persona escudriñe en sus sentimientos. Es por eso que se debe ser cuidadoso de no clavar los ojos cierto tiempo en la persona enferma, ya que puede evitar o desalentar el contacto con ella. Cuando un paciente se aísla, sus ojos no miran ni se interesan por el mundo que lo rodea. Lo ven, pero sin excitación ni sentimiento alguno, percibiéndose inmediatamente la falta de contacto. El procurar establecer contacto ocular con él constantemente, comenzando por una mirada breve y receptiva, desviando después la vista, ayuda a averiguar lo que está pasando por él de momento a momento, y a su vez le proporciona la seguridad de que se está a su lado.


Es posible entablar contacto con las personas que sufren trastornos mentales si se emplea suficiente paciencia y comprensión. Empezando por tener en cuenta el espacio personal que necesita cada paciente en particular. En general los hombres mantienen una cierta distancia entre ellos mismos y los otros, según sea el tipo de relación y la situación. Una especie de burbuja invisible rodea a cada individuo, representando su margen de seguridad. Si alguien la atraviesa, la respuesta puede ser retroceder, irritarse o tener una vaga sensación de malestar y un intento


automático de restablecer la distancia previa. Los pacientes esquizofrénicos por ejemplo necesitan de una mayor distancia para sentirse cómodos. Por eso al aproximarse a un enfermo de este tipo es crucial dejarle un amplio espacio para que pueda alejarse, ya que su terror es a fundirse y disolverse en una pérdida de límites. Contrariamente a las personas que padecen fobias, con las que el espacio deberá ser estrecho para generarles mayor seguridad. Y en todos los casos se evaluará cuidadosamente el grado de proximidad que cada paciente pueda tolerar con comodidad en sus diferentes momentos. La "distancia ideal u óptima" es el punto en el que el acompañante terapéutico pueda entender, pero no en el que se pueda quedar.


A veces los tiempos y ritmos de un enfermo resultan sumamente lentos y en otros imposibles de seguir, como es el caso de los estados maníacos.


De todas maneras, si bien el contacto con otra piel tiene un efecto tranquilizador y energizante, los acercamientos deberán ser "graduales" y "cautelosos". Probando y buscando la manera de ser aceptado en un juego de aceptación-rechazo, en el que el paciente pondrá a prueba a su acompañante terapéutico, para comprobar si lo va a poder sostener y soportar. En ese intento el acompañante terapéutico apelará a distintos tipos de contacto, dejando de lado el tabú de que el contacto físico está asociado con la genitalidad, y de que vive en una sociedad de "no contacto". A su vez procurará que el paciente venza el temor a ser rechazado al tocar a su acompañante terapéutico y se acerque para romper con su sentimiento de aislamiento y soledad. Se puede acariciar con la mirada o con una sonrisa que es el puente más corto entre dos personas. Aproximarse de a poco y probar primero con un leve contacto de la mano, puede ser un buen comienzo si el enfermo lo admite. De todos modos al acercarse a una persona que vive al borde de la desintegración, es esencial encontrar un cierto equilibrio entre dar demasiado o demasiado poco. Ya que cuando la patología resulta más grave y más regresivo está el paciente, más también se tiene que poner el cuerpo. Pero cuanto mayor es el acercamiento, mayor también es el compromiso. Así, algunos necesitarán ser acunados en una función de maternaje y otros, que se los mantenga a una determinada distancia con límites precisos, como en el caso de los adictos.






Sin embargo, hay que saber en qué momento acariciar, teniendo en cuenta el estado del paciente y la parte corporal que se elige. Por ejemplo tocar una zona próxima a los genitales como el muslo puede provocar erotización o agresión.


Resulta imprescindible que el acompañante terapéutico mantenga una "disposición expectante" por la cual se halle dispuesto, alerta y listo para salir a la arena y atajar en cualquier momento las situaciones que se le presenten. Si bien los pasos del enfermo pueden ser vacilantes o tímidos, también es esperable que pueda ocurrir una reacción violenta y agresiva, cuando no emociones sexuales presentadas de manera sutil o directa. Las dos situaciones más difíciles de enfrentar por parte de los acompañantes terapéuticos, sean hombres o mujeres quienes los realicen, son la agresividad y la sexualidad. Constituye una regla de ética profesional el que no pueda haber una relación sexual con los pacientes ni agresiones de ninguna clase. Pero el acompañante terapéutico puede verse enredado y entrar en el juego por sentimientos personales, entorpeciendo así la relación, y no pudiendo poner ni ponerse límites. No deberá asustarse por las fantasías que le surjan al respecto, pero sí estando cercano a la acción. Estos temas necesitarán ser hablados y trabajados con el equipo terapéutico, el cual es el indicado junto con quien lo supervisa, de rescatarlo de su ceguera.


Por último, el abrazo es la forma de contacto humano que contiene más al otro y produce alivio al compartir. Abrazar es una respuesta natural para demostrar distintos sentimientos. A veces para calmar miedos, angustias, dar seguridad y protección.


El acompañante terapéutico tenderá a regularle al enfermo los intercambios afectivos en una forma más adecuada, a través de un "vínculo" diferente a los que tuvo anteriormente, con la intención de mejorar las relaciones del paciente y ayudarlo a reformular el desarrollo de una personalidad más armónica con su medio.


De todo lo dicho hasta aquí se desprende lo comprometido de la tarea de ser acompañante terapéutico. Cuando se toca corporalmente a otro con fines terapéuticos, se levantan emociones, se crean compromisos, se requiere presencia e inclusión en ese vínculo, entrega, respeto y consideración por el otro, como alguien valioso a quien se intenta comprender y ayudar.






Bibliografía






Mark L. Knapp, La comunicación no verbal, Barcelona, Paidós, 1992.


W. Pasini, Intimidad, Buenos Aires, Paidós, 1992.


Ashley Montagu, El sentido del tacto, Aguilar.


Jürgen Ruesch, Comunicación terapéutica, Buenos Aires, Paidós, 1980.


N. Cavagna, "¿Qué es el acompañamiento terapéutico?", Dinámica, año 1, vol. 1, Nº 1, octubre de 1994.


Michael Argyle, Análisis de la interacción, Buenos Aires, Amorrortu, 1983.

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