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Marisa Pugès

3/11/09

Acompañamiento Terapéutico y Trastorno Límite de la Personalidad

El acompañamiento terapéutico junto a los que sufren un trastorno límite de la personalidad.


Por Begoña Sarrias y Hoyos (Psicóloga).

El acompañamiento.


El Acompañamiento Terapéutico (AT) es un abordaje profesional de acercamiento al sufrimiento mental. Acompañar es estar con otro sin que al otro le pese. Ser otro testimonio. Es una presencia física sutil pero necesaria para tratar las necesidades, dificultades, ansiedades, emociones, deseos y proyectos, de quien sufre este tipo de trastorno . Es alguien que asiste en el hacer y pensar del paciente, que posibilita un estado de continuidad. Acompañar es ponerse al lado de alguien que vive emociones que no han podido cuajar ni permitir el crecimiento de la personalidad; estas vivencias emocionales acontecen de forma tan intensa que acaban dirigiendo la vida de quien las sufre. Es ponerse al lado de alguien que arrastra un peso del que no se puede desprender confundiéndose los deseos propios con los ajenos y tiñendo las relaciones de dolor y angustia.
El abordaje de la enfermedad , desde el Acompañamiento es un ejercicio permanente de no-neutralidad. Implica “jugársela”, exponerse, entrar en un campo minado donde se dan las formas mas violentas de expresión de las ansiedades más primitivas.
Hay pacientes que no pueden ser contenidos por su propia familia y se requiere entonces de un abordaje diferente en el que estos miembros no vivan atemporalmente , “en conserva”, cerrados y replegados a la espera de algo que no llegará nunca. Bien al contrario los pacientes se implican profundamente en un nuevo trabajo.
Poner el cuerpo, presenciarse de forma profesional en el espacio donde se desarrollan todas estas interacciones se ha convertido en algo necesario.

Se trata de una profesión que requiere una formación en la contención, fortaleza , humildad, creatividad y sinceridad. Trabajamos estableciendo puentes entre la realidad que viven los pacientes y la realidad que supone adaptarse, sin que se congele el tiempo, evitando un progresivo deterioramiento y cristalización de síntomas. Es precisamente en el espacio de lo creativo desde donde se puede generar crecimiento y hacer un nexo con su propia realidad.

Este abordaje implica un aprendizaje que no pasa solo por la adquisición de conocimientos, sino por el desarrollo de actitudes como la empatía, la paciencia, el sentido del humor, la capacidad de sostenerse, responsabilidad...

Es un trabajo que va más allá de ponerle nombre al trastorno para que la etiqueta no se apodere del sujeto y devolverle así unas características dinámicas. Es acompañar a alguien que vive con impotencia la historia de su naufragio, para tratar de significar aquello que queda expresado en un síntoma o actuado, para que se convierta innecesario y se pueda liberar.
Estos nuevos significados ayudan a que el paciente se pueda deshacer paulatinamente de la máscara en la que oculta su auténtico ser para soportar el teatro de la vida.

Se trata de un abordaje para quien realmente es y por sus necesidades, no para quien es una molestia social. Es un acompañar en la fluctuación y desorganización del otro, porqué más adelante se vaya entrelazando la organización, restitución Y recuperación.


El Acompañante Terapéutico (AT).


El AT ocupa un lugar propio, a menudo difícil de definir, desde el que se puede hacer cargo de la enfermedad. Es una figura inmersa en un trabajo interdisciplinario pensado para pacientes que requieren una gran contención.

Este enfoque de protección al paciente de la enfermedad desde una mínima distancia y una gran disponibilidad afectiva requiere una formación, para estar atento a las trampas, los fantasmas y pensamientos contaminantes, para no perder la integridad acompañando la desesperación, la rabia, la impotencia que se va sumando en el transcurso de los días.

En nuestro entorno hay quien vive sufriendo serias transformaciones y para evitarlas necesitan que el otro (AT) lo acoja, lo sostenga para hacer un giro, de un proyecto incierto a uno de vida. Por tanto, para estos pacientes, el AT ha de ser alguien que no les “falle”. Se trata de una figura pensada para quien no puede ser escuchado pues con su actitud rompe con la norma social y desafía el “orden establecido”. El ambiente los rechaza, consiguen ser segregados y de esta manera se agrava su sintomatología.

El AT reconocido como una figura terapéutica, puede hacernos reflexionar sobre la marginación de quien se muestra como más frágil o ha enfermado. Esto nos lleva a pensar la exclusión de quien padece, y quiere formar parte de un grupo social aunque no tenga suficientes herramientas parar mantenerse en la línea de flotación.

El AT está al lado de un ser humano que sufre, y como tal su tratamiento se ha de basar en la creencia de que el dolor no tiene porque ser una instancia inamovible. Su futuro no tiene porqué ser una prolongación de sus sufrimientos presentes, sino que se puede restituir como persona, como ser moral.

Se trata de viajar con alguien que está dotado de un código que ha de ser desvelado en la esperanza de restablecer un diálogo interrumpido.

El AT tiene un rol complejo porqué se coloca en contacto con la herida, junto a una serie de emociones que no pudieron ser digeridas por el paciente en su momento y esto lo siente como un fracaso; como que le falta algo, como que no ha encontrado su lugar en el mundo; así va colisionando y friccionando con todo, sin entender que le pasa. Se trata de un trabajo preciso y delicado tratando con un alto voltaje de emociones, sin poder responder a las mismas de forma brusca y estereotipada. Es necesario encontrar en cada momento respuestas que promuevan cambios hacia el crecimiento.

El AT es quien acompaña al paciente en un proceso terapéutico, no quien custodia. Custodiar no tiene en cuenta la recuperación, sinó que lleva a la marginación. Precisamente se trata de devolverle al otro a lo largo de un proceso, la responsabilidad para que se haga cargo de su enfermedad.

El trabajo del AT es pararse y pensar frente a la velocidad y la ceguera, para encontrar nuevas formas de intercambio, no una prótesis inquisitoria que se impone, sino que pretende decodificar una narración que no se ha podido verbalizar y se ha accidentado; por esto sus relaciones se han quedado en lo superficial pegándose al otro sin poderse diferenciar ni reconocerse como ser autónomo.

El AT , es alguien que piensa el síntoma como una manera de existir, como la única posibilidad de sostenerse que encuentra un ser, cuando siente amenazada su existencia.



El acompañado.



En el inicio, cuando se encuentran acompañante y acompañado, el segundo se pregunta a menudo si podrá recuperar la confianza en el otro frente a sus respuestas inmediatas y desmesuradas: ¿podré salir de mi fragilidad?; ¿aguantará el otro mi desesperación sin desesperar-se?; ¿soportará mi tiranía sin convertirse en tirano?; ¿será capaz de estar al lado de mi rabia sin sentir rabia?

Si encuentran que alguien puede soportar, permanecer a su lado sin salir corriendo, dentro de un proceso terapéutico, entonces pueden llegar a recuperar la esperanza de que algún día podrán empezar a aprender a quedarse en sus zapatos, sin desbordarse.

Así se pregunta a menudo, si tú ( AT) serás capaz de aguantar lo que ellos no soportan, sino te desmontarás cuando amenace tormenta. Necesitan creer que los acompañarás cuando estén en la cumbre del estallido desenfrenado y que los pararás cuando se empiecen a revolucionar ya que ellos no lo podrán frenar. Viven en el deseo de ser comprendidos con el fin de que la esperanza de que el otro los entienda se vea restituida.

El acompañado a través del caos temporal y furia busca romper su débil organización o defensas que no le permiten adaptarse, parar permitir el surgimiento de una construcción más auténtica.


La relación.


Es construir una relación desde lo humano, donde el diagnóstico pasa de ser un veredicto que rompe con la posibilidad de comprensión, a ser el elemento que pone en funcionamiento el reconocimiento de unas dificultades. Se trata de un proyecto en común que tiene la finalidad de reconocer al otro como interlocutor válido, dándole un espacio para que pueda poner en marcha el desarrollo que quedó detenido en algún momento y que lo ha ido llevando a un aislamiento cada vez mayor.

Uno de los objetivos es introducirse en la sinrazón, en lugar de etiquetar al enfermo como loco y alejarlo de la familia y la comunidad. De esta forma evitamos desarraigar al otro de su realidad, separarlo de su narración.

El AT, estando al lado de quien sufre estos fantasmas, verbaliza lo que es la vida y lo que es la muerte. Trata al otro como sujeto mortal, pero sobretodo entiende lo que es la vida y lo que es la supervivencia. ¿Realmente se quieren morir, o es que viven en la muerte? Es hacerse eco de la guerra que arrastra el otro, cuando este se siente exiliado, arrinconado y inmovilizado.

Así, un síntoma, como por ejemplo, la impulsividad ha de ser entendido como una manera de existir, como la única posibilidad de sostenerse que encuentra el ser humano cuando se siente amenazado en su existencia .

El AT se convierte en la autoprotección del otro y en el autocontrol, no en el autocontrol y la protección en sí. Se convierte en un sostén fuera, de las “tempestades”, para permitir su crecimiento y evolución, porqué dentro no se puede aguantar. Está observando y a la espera de que el otro hable de una verdad que lleva con él ; a la escucha de lo que arrastra, de aquello que ignora pero que no le deja vivir, que es molesto , angustioso, indigesto, que en definitiva se hace insoportable.

Estos elementos el paciente los sacude como quien se desnuda de ropa húmeda, que aprieta o que está sucia, y la lanza a quien se encuentra más cerca. Así, en el mejor de los casos el otro, ( terapeuta o el acompañante) se presta a su digestión. Si lo que se sacude cae sobre quien no puede contener; lo que estaba húmedo , mojado y caliente; pasa a quemar, a inundar se convierte en indigerible, se hace vomitivo, quiero decir que se torna violencia, o es disparado o proyectado con la misma agresividad que la de partida.

Aquello innombrable, se convierte en un ciclón, en una batalla, donde se rompe el diálogo y desaparece la esperanza, tomando terreno, en cambio el odio y el dolor psíquico; donde tampoco se puede pensar, donde solo queda lugar para actuar, para huir, o bien para el deseo de inmovilizar al otro o para en el peor de los casos el deseo de que desaparezca.

Por todo esto, el AT es un profesional con una preparación y un entrenamiento para poder entender el sufrimiento del otro sin haber sufrido lo mismo. También es un profesional que pone todo su ser en un escenario distinto al del terapeuta, en el campo de la interrelación, que se mueve con el otro allá donde va en su vida cotidiana haciéndose receptor de mucha incertidumbre ; que hace uso del ingenio y la contención parar reconvertir elementos extraños y estridentes en otros más adaptados. Este encuadre distinto no es sinónimo de que se de lugar a una amistad, sino que se mantiene la relación asimétrica.

Podemos comparar nuestro proceso al de construcción de un andamio, que ha quedado detenido, algo que el paciente siente que le falta; que se ha perdido, que siente que se ha derribado o que no se le brindó la posibilidad en su momento.

Es en este juego dialéctico que se desarrolla entre dos que se implican ,acompañante y acompañado, se establece un espacio donde se intercambian emociones y vivencias y donde en definitiva se podrá nombrar lo que antes no se ha podido que no se ha podido nombrar antes.

Que el diagnóstico nos sirva como reconocimiento de unas dificultades , pero no como etiqueta de la que no se puede escapar, porqué es fácil que cualquiera de nosotros que se ubique al margen de las expectativas sociales dominantes, pueda ser rotulado de inadaptado.

Desde la práctica clínica el Acompañamiento Terapéutico permite un espacio relacional único al que no se puede acceder desde otro lugar. Pensado para trabajar desde la interdisciplinariedad y la complementariedad, que permite que los tratamientos no se vean interrumpidos con tanta frecuencia.

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